¿Qué es la muerte? Así llegué
violentando el sepulcral silencio de aquella taberna de paso con mi cuervo
sobre el hombro derecho. Todos fijaron su mirada en mí, y yo, ahí, como una
estatua magnífica estaba parado en la puerta, esperando mi respuesta.
¿Qué es la muerte? Volví a
preguntar pero todos callaban, solo me miraban y mi cuervo les graznaba
impaciente, para los demás, quizá solo era un graznido lo que emitía, lo cierto
es que él también hacía la misma pregunta que yo, solo que en su extraña lengua
aviaria que solo los mismos de su especie comprenden. Saqué de mi bolsillo un
cacahuate y se lo di a mi acompañante de azabaches plumas para que no se
inquietara. Abriendo las alas y tomando con fuerza su pequeña botana en el
pico, se calmó y yo avancé entre las mesas y mesas de hombres mudos y me senté
en una silla al centro del lugar.
Nadie bebía, nadie comía y
nadie hablaba, solo miraban con los ojos opacos. Luego de pensar mis palabras y
haber encendido un cigarrillo, comencé mi discurso mientras mi emplumado
acompañante voló hasta posarse en un cráneo de mármol blanco que había en las
estanterías vacías en donde se suponía debería haber botellas.
La muerte… ¿qué es la
muerte? Todos parecen hablar de ella como si la conocieran. Dicen que es
ausencia, la nada, el regreso a lo que fuimos antes de ser concebidos… Mis
ingenuos amigos, condenados al silencio, el hambre y la sed eterna, la muerte
no es una simple ausencia, no… García Márquez alguna vez escribió que no hay
peor forma de extrañar a alguien que la que sabes que no puedes estar al lado
de tu ser amado y ¿saben qué? pues tenía razón… Eso es la muerte, es esa
ausencia que no es del todo ausencia, dicho de otra forma, mis circunspectos
amigos, es ese conocimiento que uno tiene de que tu ser querido ya no está, que
ya no lo verás y sin embargo, anhelas con todo tu ser su regreso, de alguna
forma, esperas que vuelva. Es ese extrañar eterno, ese descubrimiento que haces
cada día de que la muerte ha marcado tu puerta con su maldita mariposa negra.
La muerte, es la factura que nos pasa la vida, el precio por tanto amor se paga
con la muerte, te pone los pies en la tierra y te hace ver lo miserable e
insignificante de tu existencia porque ¿qué caso tiene vivir si de todas formas
al final perecerás?
Entonces, mis amigos, ¿qué
es la muerte? Es, a la vez, la ausencia y la presencia de todo: ausencia de
alguien y presencia de su anhelo y recuerdo… Mis nefelibatos amigos, no están
para saberlo, pero ¡ay de mí! hace exactamente 2 meses he perdido a mi general,
estuve bajo su mando durante 18 años, casi 19 y ha abandonado ya el mundo
terrenal víctima de unos jijos de su tal por cual incompetentes que han acabado
con su heroica vida… ¡Ay de mi generala! Tanto le llora al general, tanto le
lloramos todos al general… No saben qué falta nos hace, mis taciturnos amigos.
El día en que fue traída su caja de fina y barnizada madera cerrada, yo, aún
esperanzado, me creí que todo era un sueño, uno terrible… Esperaba que en
cualquier momento, mi general entrara por aquella puerta quitando ese horrible
moño negro que a merced del viento danzaba macabramente, esperaba que entrara
con su enorme sonrisa, con su paso lento pero firme tan peculiar de él. Le
velamos durante dos días, dormí en casa de la generala y aún ahí, esperaba que
en cualquier momento sonaba como penetraba en el cerrojo la llave del general y
entrara a casa diciendo que todo era broma, que en realidad se había escapado
de las manos de esos malvados dizque médicos… pero, mis colegas, entonces fue
cuando vi abierta la caja y acercándome a paso lento, mis piernas se
doblegaron, mis ojos se llenaron de agua y mi garganta se cerró al ver aquel
rostro adorado de mi general tras el horrible cristal del ataúd, ¡ah, qué
terrible, qué terrible!
Mi general, con su gesto tan
firme, tan serio como jamás le vi, tan frío, tan… tan… tan ausente y a la vez
tan presente, tan cercano y a la vez tan ajeno. Las fotos que ahora miro, son
injustas con su esencia, no llegan a ser ni la mitad de lo que fue él, mi
general… no saben cuanta falta nos hace a todos, mis señores, sabemos que ya no
regresará y aun así, aguardamos con esperanza su regreso, su entrada triunfal
por la puerta
Sin embargo, a pesar de
ver a la muerte cara a cara a través de ese frío y horrible cristal, no puedo
definir del todo a la muerte… es por eso que estoy aquí, buscando una respuesta
clara y, buscando a mi general… sí, a mi general.
Entonces me acerqué a la
barra donde estaba un hombre todo vestido de negro admirando a mi emplumado
amigo el cual volvía volando hacia mi hombro y jugueteaba con los mechones de
mi cabello. Pedí una cerveza y entonces aquel hombre me hizo un gesto con la
mano para que me callara y no me sirvió nada… volví a pedir mi bebida y sucedió
lo mismo, luego otra vez y otra vez… ¡Carajo! En el más allá no hay de beber…